lunes, 7 de diciembre de 2009

La comparecencia

No había dormido desde hacía más de 24 horas. Estaba agotadísima y su única preocupación era ver a su marido. El capitán de la policía la había dejado en una habitación junto con otros dos guardias civiles y, tras regalarle una sonrisa, había salido por la puerta diciendo: “ahora traigo a tu marido”. Tras más de dos horas de preguntas ella pidió de nuevo verlo porque no podía más con el cansancio. “Sí, sí, ahora le traemos. Sólo responda a un par de preguntas más”, le espetaba el guardia civil. “Debes firmar lo que has declarado”, comentaba muy educadamente el cuerpo de seguridad. “Vale, pero quiero leerlo antes”, contestó ella en un estado entre la pesadilla y la pesadumbre. “No, mujer. No hace falta, si hemos puesto lo que tú nos has dicho”, se apresuró a decir la autoridad. En ese momento un amago de desconfianza nubló sus ojos. “Yo no firmo nada sin leerlo”. Cuando empezó a leer la supuesta declaración, nada de lo que había dicho se reflejaba en el papel y, al negarse a firmar, la policía la echó de malos modos y le dijo que no vería a su marido, cuando hasta el momento toda había sido amabilidad. En el papel, incluso se llegaba a afirmar que su marido pegaba físicamente a sus hijas y a ella; que diariamente volvía a deshoras; que estaba inmerso en una profunda depresión… Todo mentiras. Así es como trabaja la policía...

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